Si hay algo que nos define es que siempre encontramos excusa para morfar. El asado no es solo comida: es ceremonia, religión y debate político al mismo tiempo. La pizza con fainá se defiende como patrimonio, las empanadas se discuten según la provincia (y sí, siempre alguien dice “las de acá son las mejores”), y el fernet con coca tiene más ciencia que cualquier fórmula de la NASA. Ni hablar del dulce de leche, que lo ponemos en absolutamente todo: postre, tostada, panqueque o directamente a cucharadas. Comer y tomar no es hambre: es identidad.
El transporte público en Argentina es como un deporte extremo: nunca sabés si llegás vivo, tarde o si directamente no llega. El bondi siempre pasa cuando ya te cansaste de esperar, el tren se detiene misteriosamente en medio de la nada y el subte huele a humanidad en hora pico. Todo esto, por supuesto, acompañado de la puteada nacional: esa descarga emocional que nos une a todos, sea contra el tránsito, el chofer que no paró o la fila que no avanza. El quilombo es nuestro estado natural, y en el fondo, nos encanta tener algo para quejarnos.
El chamuyo es la habilidad argenta por excelencia: podemos convencerte de cualquier cosa con un poco de verso y cara seria. El lunfardo, mientras tanto, es nuestro idioma paralelo: decimos “laburo” en lugar de trabajo, “bondi” en vez de colectivo y si algo es un quilombo, puede significar mil cosas distintas. Usamos “ya fue”, “al pedo” o “dale que va” como si fueran signos de puntuación. Es exageración, creatividad y humor en formato oral. Y lo mejor: nadie afuera entiende nada, lo cual lo hace aún más divertido.
El mate es la primera. Esa ronda infinita donde todos toman de la misma bombilla como si fuera lo más higiénico del mundo. Después, el famoso “ya voy”, que puede significar en 5 minutos o en 45, pero nunca en tiempo real. O la obsesión por saludar con beso a absolutamente todos los presentes, incluso si hay 20 personas. Y ni hablar del ritual de despedirse en la puerta durante media hora antes de irse. Sí, son costumbres absurdas… pero sin ellas, simplemente no seríamos nosotros.
Esto fue un pequeño viaje por las costumbres que nos definen. Porque al final del día, ser argentino es un quilombo, un misterio y un orgullo que nadie más entiende. ¡Y así nos gusta!